¡ Adiwa chabaraba! (saludos amigos, en dialecto Piaroa).Son las 8.57 de la mañana de un radiante día viernes. José Herrera amable piloto toma fotos a seis damas que sonrientes posan ante la escalerilla del pequeño avión de 19 pasajeros, que abordarán seguidamente para trasladarse en un tranquilo y apacible vuelo hasta la zona amazónica de Puerto Ayacucho a cuyo aeropuerto “Cacique Aramare” llegarán a las 10.34am. Es una instalación pequeña, pero organizada, ventilada y limpia. Al bajar del avión un brutal golpe de calor nos recibe con fuerza. Nos esperan acá Virgilio, nuestro organizador de logística y Elbis quien será el paciente guía en esta fascinante aventura. Objetivo: Subir hasta la cima del Tepuy El Cuao, lugar distante río Orinoco arriba, en plena selva amazónica. Retirados nuestros pesados morrales, en amplia camioneta somos trasladadas a 20 minutos hacia la ciudad, donde está nuestra posada. Nos cambiamos de ropa, dejamos guardado lo no indispensable y de una vez, en la misma camioneta, nos dirigimos ahora hacia el Puerto de Samariapo, distante unas 2 horas de Puerto Ayacucho. En el camino nos comimos “un taquito" de empanadas y jugos, observamos la piedra famosa de “La Tortuga”, el cerro de Piedras Pintadas, un herrumboso y solitario cañón antiguo escondido entre la maleza…Ya a la 1.53 de la tarde estamos en el puerto, esperándonos el bongo “Yutaje V” con motor fuera de borda, capacidad para 30 personas más enseres.Como nosotras éramos 6, pues estaríamos “hacinadas”. La carga, comida e implementos para 8 días ya estaban dentro. El piloto “Luis” daba los últimos toques de revisión. Entusiasmadas, nosotras observábamos los mil y un detalles de la actividad en el colorido y animado puerto: de una a otra barca se hacían compras y trueques de variadas mercancías, curiosas e inquisitivas miradas de los lugareños se enfilaban a nuestras personas como preguntándose: ¿Qué les daría a esas mujeres para irse río arriba cargadas de pesadas mochilas?...Nosotras, alborozadas y reidoras, con mirada expectante, tomando fotografías a diestra y siniestra…Todo listo, el bongo salió de Samariapo a las 2.30pm. Se nos ofrece un refrigerio y a las 4.50pm, soñolientas, llegamos al sitio denominado “La Boca del Cuao”, desviándonos a la derecha navegamos ahora el río Sipapo. Visitamos la Comunidad de Panare, solicitamos al señor Jaime (indio Piaroa) quien nos permitió que montáramos nuestro primer campamento en una zona de su propiedad a la orilla del río. Allí hay una techumbre de palma moriche sostenida en armazón de troncos de madera fuerte, sin paredes. Mientras Elbis, Luis y Leonel montaban los chinchorros con mosquiteros, encendían una fogata (posteriormente Monique se encargaría de mantenerla encendida) y montaban la olla para el condumio nocturno, nosotras colocamos nuestro “peroles” donde mejor estuviesen y de inmediato nos sumergimos en las cobrizas y frescas aguas. Posteriormente nos “bañamos de repelente” y luego de la cena y de una breve tertulia sentadas en una gran roca, pronto nos “enchinchorramos” a dormir, las tensiones del día nos rindieron al sueño. Esa noche llovió un poco, cosa que no nos importó para dormir muy bien. Temprano, al día siguiente nos levantamos con el olor del café recién hecho y la leña quemada. Tomamos el rico desayuno, recogimos nuestras cosas otra vez y de nuevo a navegar en esas aguas de color ocre que relucían al sol y que de tanto en tanto se interrumpían con el surgir de grandes rocas de paredes cortadas a picos como centinelas. Pasamos el raudal “El Muerciélago”, el de Picure. Algunas veces desembarcamos para visitar otras comunidades asentadas en las orillas del río, probamos allí un fruto “Copoazul”, redondeado, de corteza marrón claro, encerrando la ambrosía de su pulpa blanca de sabor agri-dulce. Dominador común de los pobladores es la timidez verbal con la cual se expresan estos indígenas, que transmite su experiencia de convivencia armónica con el ambiente en que viven, traduciéndose en poesía sencilla y transparente…Es otro mundo...Un mundo noble, simple y franco…Para el mediodía arribamos al campamento “El Raudal del Danto”.Mientras las orillas del río se ensanchan, se estrechan y las aguas se rebelan con gran fuerza, los “rápidos” se encabritan sobre el gran lecho de piedra que desciende en anchos escalones, el agua ruge embravecida, choca, se arremolina, salpica espuma. Un ritmo extraño, enorme e irregular que con cada golpe contra la roca parece hacer temblar la ecuanimidad de mi alma…Sólo hasta acá puede llegar el bongo... Esa noche dormimos en las rústicas pero confortables instalaciones. Nuestros chinchorros al aire libre observando el negro cielo salpicado de infinitas luces. Reclutando en la comunidad a quien sería nuestro baqueano, y dos porteadores más, uno de ellos una mujer...Eunice Mabaricuna, indígena Piaroa quien me asombraba todo el tiempo con su andar galano y elegante de pasarela y eso que llevaba en su espalda un wayare (cesta tejida para trasladar carga) de 15 kilos sujeta a su frente con una cinta de Macagua (liana vegetal sumamente resistente) y sus pies descalzos. *Sabararí : (personas no indígenas). Asistentes: Mariana Vásquez, Monique Loho, Adriana López, Marta Matos, Ana Teresa Sánchez y Edilia C. de Borges .
El bongo se quedó en éste río y ahora los 11 expedicionarios subimos a una curiara (es el barco del indio, su medio de vida) estrecha y engañosamente frágil, la cual nos llevó en cosa de media hora hasta un escondido recodo río arriba, donde desembarcamos para empezar lo más emocionante: caminar a través de la selva. La vegetación densa, miles de palmeras, al menos una docena de especies, ruidos que no habíamos oído (rugidos de monos aulladores y gritos de loros) rebotan a través de la espesura como saludos de viejos amigos. Hierbas pantanosas, arbustos bajos.
Muy pronto la humedad imperante nos hace sudar copiosamente. Caminamos en fila por aquél sendero de Danta, atravesando varios raichuelos por encima de troncos arbóreos sujetos firmemente al suelo por estacas largas y altas, viendo abajo el agua correr que si cayésemos refrescaría nuestros cuerpos...Dos horas apenas y llegamos al otro campamento situado a orillas del río Cuao…”El Salto de Piedra”. Ahora, por primera vez, avizoramos con mayor nitidez el tepuy. Imponente… Pensé... subiremos... alcanzaremos la cima... Acá, el río es un solo tobogán de 6 o más metros de ancho. El agua se vuelca con furia, a trechos blanco de espuma. Su rugido es fuerte, arrullaría esa noche nuestro dormir...Bajo el techo de la churuata sin paredes, abrimos nuestras carpas y luego de la última cena cómoda que tendríamos por unos días, se abrió el “garito tropical”, donde algunos demostrarían su astucia, sapiencia y adicción al juego del dominó. Antonio ( guía Piaroa ), alardeó de ello ganando todo el tiempo. A la mañana siguiente con cautelosos pasos de pies desnudos y ayudadas por los Piaroas, atravesamos el río con su lecho resbaloso de roca y algas, hacia nuestro objetivo: tepuy El Cuao ( tepuy en lengua indígena significa montaña). Su formación se remite a 400 millones de años. Es una “Isla en el tiempo” como alguien lo llamó, que se levanta abruptamente en pared vertical y con vegetación diferente en su base y en su cima..El Cuao tiene 1.400 m.s.n.m., según nos cuenta nuestro guía y baqueano. A él sólo han subido 4 expediciones, con la nuestra, sin llegar a la cima. Es una formación de meseta inserta en la Serranía del Cuao. Aunado a las manifestaciones culturales de los diferentes grupos indigenas, el paisaje de la selva, la presencia de innumerables aguas claras, rojas, negras, los saltos, raudales, cerros...este tepuy constituye un escenario de inigualable belleza que nos atrae hacia él como un imán. Esa mañana nos esperaba un largo y empinado camino que nos llevaría hasta “El Mirador” donde acamparíamos para luego atacar la cima...De nuevo el calor y la humedad reinante nos hace jadear; sin embargo las novedades y sorpresas que a cada recodo encontramos, (tarántulas enormes, raíces gruesas enrolladas como crinejas, Guambe - lianas muy cotizadas en la civilización -, Pandare - resina usada para tapar orificios y curar heridas -, Paují - pájaro -, Carana - resina del árbol para encender fuego-), … no daba lugar a sentir cansancio. Llegamos a un sitio despejado donde las inmensas formas rocosas parecían una corona obispal invertida, sombra y resguardo. Descansamos y comimos, pero al ver que llevábamos un muy buen tiempo decidimos seguir subiendo ese día para hacer campamento más cerca de la base del tepuy. Encontramos dificultad para subir las altas y resbalosas rocas, pero con ayuda lo hicimos...Arriba, el terreno se está volviendo delicado...El cuidado es extremo, el piso es sumamente frágil y hay muchos hoyos cubiertos con falsos musgos...Debemos escalar grandes piedras para poder continuar, utilizamos cuerdas y troncos cortados. El machete del baqueano no tiene reposo al desbroce de tanta maleza..Si hubo alguna vez sendero, ahora está escondido, tupido de vegetación. Sin aviso, una fuerte lluvia comienza a caer. Nubes negras cuajaban el cielo aumentando la sensación yerma. Enfrente, una enorme y sólida pared por donde se escurrían hilos delgados de agua, bautizamos ese sitio como “Las lágrimas del Cuao”. En la lluvia la inmensidad del paisaje era engañosa, debajo de nosotras un mar de nubes cubiertas de algodón borraban hasta ahora el visible río, el cielo se arremolina en mil tonalidades de grises y azules, los colores mezclándose con el follaje con lentitud y sutileza, que sentía que perdía el equilibrio y caía. Todo era monte mojado, no había porqué seguir caminando, habría que buscar refugio y pronto, antes que cayese la noche, la lluvia proseguía...No había lugar llano para montar campamento, así que en el camino mismo lo hicimos. Los ágiles y rápidos Piaroas desyerban, trozan, alisan terreno, disponen horquetas, le tienden un techo de plástico rígido que llevan e instalan un refugio. Limpian también 3 sitios donde se colocan en precario desnivel nuestras carpas..."Ya, listo"..Tenemos un amplio refugio..."Rancho Grande" le ponemos de nombre...Se enciende el fuego, una bebida caliente, un emparedado gustoso y todos con las ropas mojadas, nos acercámos unos a otros para buscar el calor...Un poquito de conversación y rápido a dormir, sigue lloviendo...En la mañana todos de pié en el barro, ropa húmeda, casi sin hambre, comemos algo y bajo el calor que ya se anuncia, dejamos el campamento para comenzar la ascensión a la última etapa...Ahora la pendiente es fuerte, a veces es también difícil por los obstáculos a salvar de rocas y paredes. Bastante peligroso, los pies se hunden en un colchón vegetal apenas sostenidos por troncos que sin aviso se rompen intempestivamente, las raíces firmes para agarrarse hay que buscarlas tanteando, el terreno es delgado. A veces el paso es tan angosto entre la pared de roca y el abismo, que hay que colocar un pasamano de cuerda...Formaciones geológicas monolíticas que surgen, fuentes de agua que más que fluír, explotan y hay que atraversarlas. Levitan columnas de niebla fría que nos estremecen, nos apretamos debajo de nuestros ponchos atizando la humedad del plástico con nuestro calor corporal hasta extremos insoportables. Empapadas y ansiosas, poniéndo toda nuestra fuerza en los dedos que encontraban pequeñas grietas y protuberancias, poco a poco subíamos en silencio tratando de no molestar al Espíritu Salvaje Mawari que se mete en el cuerpo y el único que puede sacarlo es el Chamán (curandero). Adriana una y otra vez se le va la mirada a su altímetro...Subíamos en forma abrupta pero con gran conciencia y orgullo contorneando los costados de la pared con todos los esfuerzos concentrados en llegar a la cumbre… Y lo hicimos…Habíamos salido del último campamento...”El Sabararí del Cuao” a las 8.30 de la mañana y alcanzamos la cima a las 11.30am. Estábamos en una curva formada por rocas, no paraba de llover, el cielo era gris, todo era neblina y un fuerte viento se alzó produciendo un gran rumor...Queríamos llegar aún más allá, Elbis nos había hablado de una laguna y otras maravillas...pero se impuso la prudencia…Ese tiempo, el desbroce del camino que retrasaría la caminata, y contando las horas que nos llevaría el descenso que habría de ser más lento, nos hizo concluir que era peligroso continuar...Después de almorzar bajaríamos...Mucha cautela para bajar y mientras lo hacemos el tiempo comienza a cambiar, hay un tímido sol asomándose, para cuando llegamos al campamento el cielo está despejado. Parecería que el tepuy no quería que lo conociéramos del todo...Ya con nuestro objetivo alcanzado, al día siguiente regresamos lentamente al Salto de Piedra, donde nos dimos el gran baño purificador y con las cabezas coronadas y enjoyados nuestros brazos con tiaras y pulseras trenzadas hábilmente con lianas por Eunice, y nuestros recuerdos vívidos de la culebra asustadora de Marta, los gritos angustiantes de Ana T. por la presencia de cucarachas en su mosquitero, los misterios y leyendas narrados por los Piaroas, no sin antes darnos el último baño en el Raudal de los Murciélagos, regresamos a Puerto Ayacucho, ya sólo nos restaba conocerlo. Visitamos entonces el magnifico Museo Etnológico, el mercado artesanal, el pueblo colombiano de Casuarito (atravesando el Orinoco) y como colofón felíz de esta aventura el restaurant La Pusana (nombre de un perfume vegetal que atrae al sexo opuesto). El dueño del establecimiento pensó que también atraería a los comensales...Allí el festín fue de fábula, el opíparo almuerzo lo constituyeron exóticas carnes de caza: váquiro, danta, chiguire...sopa de “Ajicero”...picante, picante…picillo de pescado...crocantes bachacos gigantes, casabe, mañoco - harina de yuca -, Catara, picante , Yucuta (jugo de fruta mezclado con mañoco) de Manaca, Seje, Túpiro y postre de Túpiro servido en su misma corteza y en plato de arcilla…Y así culmina nuestra excitante aventura a El Cuao…de las seis "sabararí"... felices...hermanadas por la convivencia de 8 días de un interesante viaje que colmó nuestras expectativas.
Nos vemos en la próxima,
Edilia C. de Borges
Edilia C. de Borges